miércoles, 17 de marzo de 2010

Y QUE NO PASEN LOS AÑOS.

"Si mi pieza no es una obra para representarse; es, como ya he definido,un poema para silbarlo" Decía Lorca en una entrevista en Buenos Aires en 1933 refiriéndose a "Así que pasen cinco años". Sin duda alguna, Manolo Monteagudo y Amparo Marín han sabido silbar este poema con una ejecución magnifica. Estos dos actores, bajo la batuta del maestro Campos, consiguen transportarnos a esas realidades, a esos mundos posibles, que solo Lorca sabía dibujar en sus obras. Podría decir que esta obra habla del desencuentro con la mujer, del amor imposible, del pasar del tiempo, del no pasar, de la nostalgia de infancia, del deseo de infancia, del amor y del desamor, de lo encontrado y lo desencontrado, del gato y la niña, del niño y la gata, de un traje de novia y de un jugador de rugby. Podría hablar de todo ello, pero sería una entrada, la de este blog, vacía, hueca. Todos sabemos ya quién es Lorca y qué teatro soñaba, ahora podemos ser testigo que ese teatro soñado, ese Teatro Utópico, que conceptualiza la crítica, es una realidad de la mano de estos maestros de la escena. Se respira magia en cada gesto, en cada movimiento, en cada color, en cada luz, en cada palabra. Pero una magia real, fuera de ripios y frivolidades, hecha desde el alma, como se debe hacer el teatro de nuestro dramaturgo granadino. La obra emociona, conmociona y, lo más importante, se hace respetar. Se hace respetar porque los primeros que respetan su trabajo es la propia Compañía de Manolo Monteagudo. ¡Qué buen hacer!¡Qué buen mirar!¡Qué buen decir! Y no me cansaría, no me cansaría de elogiar este trabajo. Un trabajo necesario en el teatro de hoy. Este teatro de Federico vuelve a ser necesario, porque en la realidad escénica de España, se está falto de imaginación, de poesía. Antonio Campos sabe convertir la escena en todo eso, pero al tiempo hacerlo cercano, útil, de esas obras que se entienden y se pueden tocar con las manos, de esas obras que huelen, que se sienten, que se disfrutan, sin pedir ninguna exigencia al público, nada más que esa, la de ser público, esa parte tan importante en el teatro y que tantas veces olvidamos. El "Así que pasen cinco años" de Campos y Monteagudo está dirigida al público, es un regalo al espectador, un regalo para los sentidos. Y al tiempo es una bomba que te deja sin lengua, sin cerebro, que te supera y te hace querer más, como buenos animales sadomasoquistas que somos. Como bien pedía el poeta, porque al público había que "contradecirlo y atacarlo". Pero siempre pensando en él, en el que se sienta en la butaca. Esta obra es posible porque todo un equipo, como ya consiguiera con su "Ay Carmela" dirigida por Casablanc, se entrega en cuerpo y alma, desde una Amparo Marín que demuestra en cada palabra que es una actriz de altura- de las de muy alto, de las de más allá de las estrellas, con su cuerpo, sus formas, su bien decir, sorprendiendo- hasta el bien hacer técnico, pasando por una espléndida música y un espacio escénico elegante y onírico, que te atrapa desde el minuto uno, como un reloj de arena atrapa al tiempo. Un tiempo que no debería pasar para este montaje, que no pasen los años por él, que no le llegue la muerte, y que sean muchas las generaciones que lo vean y que por fin entiendan que esto es hacer teatro, señores. Aún quedan días para verla. Y que no pasen los días. Nota: Las citas del poeta están tomadas del estudio de Margarita Ucelay.

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