
Conducía esta mañana, cuando decían en la radio que sabían el motivo por el que la tierra había temblado tanto en estos días: "Se estaba preparando para hacerle un hueco a Miguel". No pude evitarlo, frené el coche, uno más, un maestro más, quién nos queda. El que no llegó a ser Nobel de literatura por los pelos, como no lo fue Ayala, se iba al otro barrio, al barrio de los muertos. El que le dió voz a Nini, a Menchu a Azarías, el que nos enseñó un castellano claro y puro, un castellano castellano, sin contaminar, un castellano inventado con sabiduría, el que contaba historias y el que inspiraba a cineastas y teatreros.
Miguel Delibes, el vallisoletano universal, nos dejaba. Ese que dijo que no entendía qué valor tenía lo que había hecho en los últimos tiempos, pues sólo había intentado respirar. Y nosotros respirábamos con él.
Clavado tengo en mis ojos la portada de "
Cinco horas con Mario" entre las manos de mi madre, ese libro que de pequeño me parecía pesado y de letra diminuta, al que me abrí hace poco. Libro con el que descubrí lo que de verdad era construir un personaje, Menchu, viva, grande y pequeña al tiempo. Se nos va un maestro, otro más, y cada vez hay menos para sustituirlos.
Hoy no tengo mucho que decir. Frené el coche y me quedé mudo. Me doy cuenta que los libros me han acompañado y sigo llorando la muerte de creadores que me hicieron mi vida más compleja, más completa. Recuerda, Fernán-Gómez, Azcona, Vega, Boal, Ayala... Hoy me siento desconsolado. Me dicen, me opinan, me debaten e intento imaginar dónde me refugiaba cuando de pequeño me sentía perseguido, con llamadas anónimas a casa, insultado por marica... y al saber que Delibes muere me doy cuenta que se me va un refugio más. Me refugiaba allí, en las historias de otros, en los libros. Se me dispara la cabeza e intento buscar una cita de Petit, la encuentro y descanso:
"Mi vida ha consistido de inicio en encontrar un lugar, en acondicionar espacios deonde sostenerme, y que las historias leídas, pero también las imágenes- las que entresacaba de los libros o las barras de chocolate o las que pinté torpemente-, me ayudaron de manera decisiva a hacerlo. Para mí la lectura estaba muy cercana al arte de las chozas. Algunos niños pequeños suelen agarrar un libro ilustrado y ponérselo en la cabeza, como si fuera un techo. Cuando viajo por países desconocidos y cae la noche, me basta un libro abierto para sentirme en casa." (Michèle Petit) Hoy
Delibes dejará de escribir techos, pero nos ha dejado muchos refugios, muchas chozas, a las que acudir corriendo cuando nos persiga el día a día y la gente sin libro que llevarse a la cabeza.
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