sábado, 18 de abril de 2009

UNA MAL MEDIDA

Nos suelo leer el ABC, pero ayer, tomando un café, mientras esperaba a mi acompañante para asistir al Teatro de la Abadía para ver MEDIDA POR MEDIDA, le eché un vistazo. En sus páginas pude leer una entrevista a Sam Mendes, noticia porque nos trae a la Plza de Santa Ana su Bridge Project. Pués bien, en ella nos dice el director de escena que el “Teatro, en general, tiene que ver con el lenguaje, las ideas y la imaginación”. Para el Sr Mendes el teatro es el medio de los acores y los autores, mientras que los directores de escenas son meros “intérpretes”. Me imagino, y relaciono, que esa función de intérprete tiene mucho que ver con esa característica virtual que baña todo texto dramático, según Carmen Bobes. Yo siempre defendí la función visionaria y creadora del Director de Escena, pero hoy tengo que darle la razón al Sr Mendes, y por relación a la Bobes, porque si no fuera por los actores y el texto, Medida por Medida de Teatro de la Abadía no tendría ningún sentido. Para el director de escena Carlos Aladro estamos ante una “función enigma” en la que el espectador tiene que imaginar que ha ocurrido para poder explicarla, pero el propio director que dice esto se empeña en ser explícito en su interpretación, bajo mi punto de vista, incorrecta. Nos baña con gags gratuitos que matan la propia comedia que podría ser la obra, nos coloca a los actores, a veces, en meras máscaras sin sentido, sale del paso a gritos, literalmente, en vez de mojar sus entrañas en las escenas más melodramáticas y en las más políticas. Nos ensucia una escenografía que de entrada puede ser interesante, con consoladores, nazarenos y cruces a cuestas, con falsos cilicios, pequeñas lluvias, que no purifican, sábanas bañadas en sangre y una larga lista de despropósitos. El texto no es texto, a no ser por la mayoría de los actores, pero tampoco es pre-texto. El director quiere dejarnos claro que esta es su obra, que él está presente, con una perenne silla iluminada donde sólo una vez se sienta alguien, y preocupándose más en cómo modernizar lo que ya es moderno de por sí, el texto de Shakespeare. Yo no soy ortodoxo y me gustan los montajes descontextualizados, más aún cuando el texto es universal, pero no me gusta lo gratuito, lo que se hace para meter al público en el bolsillo, de forma fácil, creyendo que es tonto, y sin llegar a conmoverlo. Pero lo digo desde mi respeto, porque todo aquel que se atreve a poner algo en escena y se expone a francotiradores, que somos los que hablamos de su trabajo, tiene mi respeto. Como mi respeto y admiración tienen una vez más los actores Jose Luis Alcobendas, maravilloso en su decir, poniendo peso en cada palabra, peso específico, con significado propio, Israel Elejalde, con esa presencia y ese saber interpretar, Fernando Soto que vive en escena y Julio Cortázar que siempre divierte, aunque a mí me sobra que se deje engatusar por el director y permita destruir uno de sus parlamentos con una masturbación sin sentido y sin gusto. La pobre Irene Visedo se lleva la peor parte de la interpretación y dirección de Carlos Aladro. La joven novicia Isabel se convierte en las formas en una casi doctora metafísica que habla del bien y del mal. Y se olvidan que es el objeto de deseo, la tentación, la portadora de la defensa de su hermano al que van a matar… y que al fin y al cabo es una novicia y nada más. Y ella grita, grita y se desgañita, hasta el punto de hacer daño a la palabra, porque en su textos hay muerte, hay amor, hay pecado, y nada de eso está. Pero creo que no es por la actriz en sí, sino por las marcas de dirección. Uno de los mejores textos de Shakespeare violado y ultrajado por un director que en vez de enriquecerlo, lo ensucia y lo desgañita. No ha sabido medir sus funciones y sus labores y despista a todo un equipo de grandes profesionales que tiene sobre y bajo las tablas. Una puesta en escena mal medida o sin medida. Todo esto desde mi respeto. Cano dixit.

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