jueves, 3 de septiembre de 2009
CUANDO LOS MAPAS DE TOKIO HUELEN A LIMÓN
Sin duda, unas de las cosas que me maravillan de una película es el poder que tiene para despertar los sentidos. Y señores, os guste más o os guste menos, La Coixet lo consigue en su último film. "Mapa de los sonidos de Tokio" se tenía que haber llamado "Mapa de los sentidos de Tokio". Desde el minuto uno te planteas cómo sabe el sushi sobre una mujer, cómo huele el mercado, a qué sabe la piel de una mujer que se ducha con mitades de limón, cómo se ve una noche plagada de neón... La Coixet, de una forma muy inteligente, nos va contando una historia gota a gotita a través de la vista, el olfato, el tacto y el oído. Escenas bien manchadas de música y otras carente de ella con el mejor ruido de una ciudad hecho portador de sentido.
Una vez más, me dejo convencer por la historia que me presenta esta directora que me soluciona con un golpe de efecto el final, que encoje el alma. La historia de David y Ryu es escandalosamente preciosa y escandalosamente eróticas son sus escenas en ese cuarto-vagón. Pero al terminar, empachado un poco por sus homenajes a Wong Kar-Wai, Kitano, Murakami... y empachado en exceso por Antoni & The Johnsons, me pregunto si era necesario ir a Tokio para contarme esta historia o es una ventolera moderna que le ha entrado a la directora catalana, porque es catalana ¿no? Agradezco que me haya presentado este mundo tan particular, que me haya enamorado su Tokio de edificios separados y norias imposibles, que me haya contado cómo gritan de ira y se besan los nipones, pero a lo mejor me sobra tanta parafernalia. Como también me sobra la figura del narrador y el personaje que lo encarna. Si eres capaz de contarme cosas sin que los personajes hablen si quiera, qué necesidad tienes de narrarme a voz en off el principio y el fin. Y que necesidad tienes de casi hacerte pasar por otros directores asiáticos si ya tienes un universo muy particular y que acaba saliendo a flote entre tanto homenaje, por no decir casi plagios.
Pero si me tengo que quedar con algo es con la metamorfosis de significado que sufren cosas tan sencilas como las barras de metro donde se agarra Ryu, los sitios secretos que alcanza el sabor a limón o las mangueras del mercado que limpian el suelo y la sangre del atún. Sólo la cámara de un buen director es capaz de conseguir esas metamorfosis significativas que tanto agradecemos los pro-semióticos.
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Estoy de acuerdo en muchas cosas que dices (desparrame de sentidos, que sobra el narrador por lo mismo que tú señalas, que te entraban ganas de trabajar a las 5 a.m. en el mercado...). Pero por el contrario, a mí no se me encogió el alma al final. Tengo unos sentimientos muy encontrados con la interpretación de Sergi López, me encanta en algunas escenas, pero no tanto en otras. De todas maneras me quedo con la habitación del hotel... Aunque en el fondo lo encontré un poco vacío todo...
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