martes, 4 de agosto de 2009

APLAUSOS PARA CERRAR LA TEMPORADA DEL ESPAÑOL

Cuando voy a ver un espectáculo, en varias ocasiones, durante el aplauso busco esa figura del acomodador o acomodadora que ya tiene sobre sus espaldas varias temporadas, varios espectáculos ante sus ojos y bastantes aplausos oídos. Si ese acomodador aprueba el aplauso del público, asienta con su cabeza, incluso se le escapa un bien sin sonido que podemos leer entre sus labios, es que estamos ante un público sincero que ha sabido dejarse enamorar por la función. Esto fue lo que pasó el Domingo pasado en la Plaza de Santa Ana: el reparto de Muerte de un viajante fue recibido en su saludo con un aplauso unísono, largo, conmovedor… El público del Teatro Español agradeció con sus manos el montaje de Mario Gas.

Y es que el público de esa noche tenía razón, quizás hemos presenciado el mejor montaje de la temporada. Un montaje limpio, sincero, con peso en la palabra, donde el texto estaba al servicio de la escena y la escena al servicio del texto. No hay nada que recriminar a Gas, no hay nada que denunciar. Fue un Teatro comprometido y correcto, y digo correcto porque no se puso al servicio del narcisismo imperante de los directores que se programan en muchos teatros de España. Mario Gas unió, puso y dispuso, las coordenadas propias para que se diera la situación imaginaria y los actores, junto al público, pudieran vivirlas momento a momento.

Y todo eso que pasó la pasada noche en el Teatro conmueve a uno. Y le hace acordarse de las palabras de Antonia García, profesora de la RESAD y el Laboratorio Layton, que en sus clases decía: tenemos la suerte de poder conmover al público. Y conmover al público no es conseguir que llore, ría a carcajadas o grite de pánico, que también. Conmover al público es hacerle que se le mueva algo por dentro y conseguir que no sea el mismo que sale al que entró, aunque lo tengamos pegado en la silla con cada pieza de su columna vertebral hundida en el respaldar. Todo eso consiguió el elenco artístico y técnico de Muerte de un viajante, unos personajes entrañables, una puesta en escena elegante, unas luces arriesgadas. Es de esos espectáculos que te hace quedarte inmóvil ante él, es decir, que no te pone la mente en movimiento y la mirada y no te pones a mirar los focos, a los del palco de al lado y piensas en la lista de la compra y en cómo se llamaba la canción que suena. Te deja inmóvil en la butaca, te atrapa en ella y consigue que tu mirada no se quiera perder ni un detalle, ni un objeto, ni un gesto.

Porque la interpretación de Jordi Buixaderas es para no perderse ni un gesto. Ese dominio de la palabra, de la acción, de la transformación. Elegante en el gesto, cuidadoso en la mirada y se movía como pez en el agua en esos espacios abiertos de carretera, en esa cocina angustiosa y fílmica, en ese despacho desolador… Como magistral es también la interpretación del joven Pablo Derqui, atractivo al máximo en su interpretación, con un dominio del gesto inteligentísimo y un peso específico en cada movimiento.

Es evidente que habría cosas que mejorar, algunas elecciones del reparto discutible, alguna marca de dirección demasiado fílmica, aunque el Drama en sí es fílmico como todo el teatro de Miller, pero como hasta ahora hacia tiempo que nadie nos regalaba escenas como las de la cocina o la escena final del hijo, no nos pongamos tiqusimiquis y seamos generosos como lo fue todo el equipo de la función la noche del Domingo pasado.

Valoremos lo que hay que valorar, dejemos nuestras envidias encerradas en los cajones, y vayamos a ver teatro y no a decir por decir. Y todo esto lo digo porque alguno hubo que dijo que si era un poco pretenciosa, que si a los más jóvenes se les notaba que eran del Institut del Teatre, que si se nota que son actores de doblaje, que si, que si, que si… y yo me pregunto entonces… ¿Habrán entendido cuál es la injusticia que denuncia la obra?

A veces por muy inteligente y generoso que sea el montaje, hay gente en el público muy tonta y muy ególatra.

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